jueves, 21 de junio de 2007

Para reflexionar y hacer la autocrítica

Foto del colega Marcos Delgado, mexicano, de la Agencia Efe. derechos reservados.

TRIBUNA: MARIO VARGAS LLOSA
La civilización del espectáculo
MARIO VARGAS LLOSA 03/06/2007
En algún momento, en la segunda mitad del siglo XX, el periodismo de las sociedades abiertas de Occidente empezó a relegar discretamente a un segundo plano las que habían sido sus funciones principales -informar, opinar y criticar- para privilegiar otra que hasta entonces había sido secundaria: divertir. Nadie lo planeó y ningún órgano de prensa imaginó que esta sutil alteración de las prioridades del periodismo entrañaría cambios tan profundos en todo el ámbito cultural y ético. Lo que ocurría en el mundo de la información era reflejo de un proceso que abarcaba casi todos los aspectos de la vida social. La civilización del espectáculo había nacido y estaba allí para quedarse y revolucionar hasta la médula instituciones y costumbres de las sociedades libres.
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¿A qué viene esta reflexión? A que desde hace cinco días no hallo manera de evitar darme de bruces, en periódico que abro o programa noticioso que oigo o veo, con el cuerpo desnudo de la señora Cecilia Bolocco de Menem. No tengo nada contra los desnudos, y menos contra los que parecen bellos y bien conservados, tal el de la señora Bolocco, pero sí contra la aviesa manera como esas fotografías han sido tomadas y divulgadas por el fotógrafo, a quien, según la prensa de esta mañana, su hazaña periodística le ha reportado ya 300.000 dólares de honorarios, sin contar la desconocida suma que, por lo visto, según la chismografía periodística, la señora Bolocco le pagó para que no divulgara otras imágenes todavía más comprometedoras. ¿Por qué tengo que estar yo enterado de estas vilezas y negociaciones sórdidas? Simplemente, porque para no enterarme de ellas tendría que dejar de leer periódicos y revistas y de ver y oír programas televisivos y radiales, donde no exagero si digo que los pechos y el trasero de la señora de Menem han enanizado todo, desde las degollinas de Irak y el Líbano, hasta la toma de Radio Caracas Televisión por el Gobierno de Hugo Chávez y el triunfo de Nicolas Sarkozy en las elecciones francesas.
Ésas son las consecuencias de aceptar que la primera obligación de los medios es entretener y que la importancia de la información está en relación directamente proporcional a las dosis de espectacularidad que pueda generar. Si ahora parece perfectamente aceptable que un fotógrafo viole la privacidad de cualquier persona conocida para exponerla en cueros o haciendo el amor con un amante ¿cuánto tiempo más hará falta para que la prensa regocije a los aburridos lectores o espectadores ávidos de escándalo mostrándoles violaciones, torturas y asesinatos en trance de ejecutarse? Lo más extraordinario, como índice del aletargamiento moral que ha resultado de concebir el periodismo en particular, y la cultura en general, como diversión y espectáculo, es que el paparazzi que se las arregló para llevar sus cámaras hasta la intimidad de la señora Bolocco, es considerado poco menos que un héroe debido a su soberbia performance, que, por lo demás, no es la primera de esa estirpe que perpetra ni será la última.
Protesto, pero es idiota de mi parte, porque sé que se trata de un problema sin solución. La alimaña que tomó aquellas fotos no es una rara avis, sino producto de un estado de cosas que induce al comunicador y al periodista a buscar, por encima de todo, la primicia, la ocurrencia audaz e insólita, que pueda romper más convenciones y escandalizar más que ninguna otra. (Y si no la encuentra, a fabricarla). Y como nada escandaliza ya en sociedades donde casi todo está permitido, hay que ir cada vez más lejos en la temeridad informativa, valiéndose de todo, aplastando cualquier escrúpulo, con tal de producir el scoop que dé que hablar. Dicen que, en su primera entrevista con Jean Cocteau, Sartre le rogó: "¡Escandalíceme, por favor!". Eso es lo que espera hoy día el gran público del periodismo. Y el periodismo, obediente, trata afanosamente de chocarlo y espan-
tarlo, porque ésta es la más codiciada diversión, el estremecimiento excitante de la hora.
No me refiero sólo a la prensa amarilla, a la que no leo. Pero esa prensa, por desgracia, desde hace tiempo contamina con su miasma a la llamada prensa seria, al extremo de que las fronteras entre una y otra resultan cada vez más porosas. Para no perder oyentes y lectores, la prensa seria se ve arrastrada a dar cuenta de los escándalos y chismografías de la prensa amarilla y de este modo contribuye a la degradación de los niveles culturales y éticos de la información. Por otra parte, la prensa seria no se atreve a condenar abiertamente las prácticas repelentes e inmorales del periodismo de cloaca porque teme -no sin razón- que cualquier iniciativa que se tome para frenarlas vaya en desmedro de la libertad de prensa y el derecho de crítica.
A ese disparate hemos llegado: a que una de las más importantes conquistas de la civilización, la libertad de expresión y el derecho de crítica, sirva de coartada y garantice la inmunidad para el libelo, la violación de la privacidad, la calumnia, el falso testimonio, la insidia y demás especialidades del amarillismo periodístico.
Se me replicará que en los países democráticos existen jueces y tribunales y leyes que amparan los derechos civiles a los que las víctimas de estos desaguisados pueden acudir. Eso es cierto en teoría, sí. En la práctica, es raro que un particular ose enfrentarse a esas publicaciones, algunas de las cuales son muy poderosas y cuentan con grandes recursos, abogados e influencias difíciles de derrotar, y que lo desanime a entablar acciones judiciales lo costosas que éstas resultan en ciertos países, y lo enredadas e interminables que son. Por otra parte, los jueces se sienten a menudo inhibidos de sancionar ese tipo de delitos porque temen crear precedentes que sirvan para recortar las libertades públicas y la libertad informativa. En verdad, el problema no se confina en el ámbito jurídico. Se trata de un problema cultural. La cultura de nuestro tiempo propicia y ampara todo lo que entretiene y divierte, en todos los dominios de la vida social, y por eso, las campañas políticas y las justas electorales son cada vez menos un cotejo de ideas y programas, y cada vez más eventos publicitarios, espectáculos en los que, en vez de persuadir, los candidatos y los partidos tratan de seducir y excitar, apelando, como los periodistas amarillos, a las bajas pasiones o los instintos más primitivos, a las pulsiones irracionales del ciudadano antes que a su inteligencia y su razón. Se ha visto esto no sólo en las elecciones de países subdesarrollados, donde aquello es la norma, también en las recientes elecciones de Francia y España, donde han abundado los insultos y las descalificaciones escabrosas.
La civilización del espectáculo tiene sus lados positivos, desde luego. No está mal promover el humor, la diversión, pues sin humor, goce, hedonismo y juego, la vida sería espantosamente aburrida. Pero si ella se reduce cada vez más a ser sólo eso, triunfan la frivolidad, el esnobismo y formas crecientes de idiotez y chabacanería por doquier. En eso estamos, o por lo menos están en ello sectores muy amplios de -vaya paradoja- las sociedades que gracias a la cultura de la libertad han alcanzado los más altos niveles de vida, de educación, de seguridad y de ocio del planeta.
Algo falló, pues, en algún momento. Y valdría la pena reaccionar, antes de que sea demasiado tarde. La civilización del espectáculo en que estamos inmersos acarrea una absoluta confusión de valores. Los iconos o modelos sociales -las figuras ejemplares- lo son, ahora, básicamente, por razones mediáticas, pues la apariencia ha reemplazado a la sustancia en la apreciación pública. No son las ideas, la conducta, las hazañas intelectuales y científicas, sociales o culturales, las que hacen que un individuo descuelle y gane el respeto y la admiración de sus contemporáneos y se convierta en un modelo para los jóvenes, sino las personas más aptas para ocupar las primeras planas de la información, así sea por los goles que mete, los millones que gasta en fiestas faraónicas o los escándalos que protagoniza. La información, en consecuencia, concede cada vez más espacio, tiempo, talento y entusiasmo a ese género de personajes y sucesos. Es verdad que siempre existió, en el pasado, un periodismo excremental, que explotaba la maledicencia y la impudicia en todas sus manifestaciones, pero solía estar al margen, en una semiclandestinidad donde lo mantenían, más que leyes y reglamentos, los valores y la cultura imperantes. Hoy ese periodismo ha ganado derecho de ciudad pues los valores vigentes lo han legitimado. Frivolidad, banalidad, estupidización acelerada del promedio es uno de los inesperados resultados de ser, hoy, más libres que nunca en el pasado.
Esto no es una requisitoria contra la libertad, sino contra una deriva perversa de ella, que puede, si no se le pone coto, suicidarla. Porque no sólo desaparece la libertad cuando la reprimen o la censuran los gobiernos despóticos. Otra manera de acabar con ella es vaciándola de sustancia, desnaturalizándola, escudándose en ella para justificar atropellos y tráficos indignos contra los derechos civiles.
La existencia de este fenómeno es un efecto lateral de dos conquistas básicas de la civilización: la libertad y el mercado. Ambas han contribuido extraordinariamente al progreso material y cultural de la humanidad, a la creación del individuo soberano y al reconocimiento de sus derechos, a la coexistencia, a hacer retroceder la pobreza, la ignorancia y la explotación. Al mismo tiempo, la libertad ha permitido que esa reorientación del periodismo hacia la meta primordial de divertir a lectores, oyentes y televidentes, fuera desarrollándose en proporciones cancerosas, atizada por la competencia que los mercados exigen. Si hay un público ávido de ese alimento, los medios se lo dan, y si ese público, educado (o maleducado, más bien) por ese producto periodístico, lo exige cada vez en mayores dosis, divertir será el motor y el combustible de los medios cada día más, al extremo de que en todas las secciones y formas del periodismo aquella predisposición va dejando su impronta, su marca distorsionadora. Hay, desde luego, quienes dicen que más bien ocurre lo opuesto: que la chismografía, el esnobismo, la frivolidad y el escándalo han prendido en el gran público por culpa de los medios, lo que sin duda también es cierto, pues una cosa y la otra no se excluyen, se complementan.
Cualquier intento de frenar legalmente el amarillismo periodístico equivaldría a establecer un sistema de censura y eso tendría consecuencias trágicas para el funcionamiento de la democracia. La idea de que el poder judicial puede, sancionando caso por caso, poner límite al libertinaje y violación sistemática de la privacidad y el derecho al honor de los ciudadanos, es una posibilidad abstracta totalmente desprovista de consecuencias, en términos realistas. Porque la raíz del mal es anterior a esos mecanismos: está en una cultura que ha hecho de la diversión el valor supremo de la existencia, al cual todos los viejos valores, la decencia, el cuidado de las formas, la ética, los derechos individuales, pueden ser sacrificados sin el menor cargo de conciencia. Estamos, pues, condenados, nosotros, ciudadanos de los países libres y privilegiados del planeta, a que las tetas y culos de los famosos y sus "bellaquerías" gongorinas, sigan siendo nuestro alimento cotidiano.
© Mario Vargas Llosa, 2007. © Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario EL PAÍS, SL, 2007.

martes, 19 de junio de 2007

Una buenisima cronica del colega Joaquim Ibarz


La revuelta de los chamos
Joaquim Ibarz 16/06/2007 - 20:14 horas
El presidente Hugo Chávez anda desubicado, sin rumbo aparente, sin comprender lo que pasa. Por primera vez se encuentra en aprietos, a la defensiva. No entiende que los chamos –así llaman en Venezuela a los jóvenes- se manifiesten por las calles gritando "libertad" y "democracia". Ha perdido la intuición para discernir lo que pasa. Le desconcierta que los universitarios se rebelen y, por supuesto, no puede sino atribuirlo a una manipulación del imperio. Se muestra irritado porque esas demandas de libertad y democracia lo presentan ante los ojos del mundo como un autócrata camino de la dictadura. Se niega a aceptar que Venezuela ha entrado en una nueva etapa de su vida política desde el cierre de Radio Caracas Televisión (RCTV), el canal con más audiencia y de mayor antigüedad del país, que gracias a sus telenovelas, programas de humor (Radio Rochela, con 45 años en el aire, era el más veterano de América Latina) y espacios informativos tenía enorme penetración en los barrios populares.En Venezuela está ocurriendo algo profundo que Hugo Chávez no esperaba. Ha aparecido un movimiento social (estudiantil) que se enganchó con el sentimiento popular. La demanda de reapertura de Radio Caracas Televisión, cerrada por el régimen por mantener una línea crítica, conectó con el sentimiento popular, con el venezolano que todas las noches mira telenovelas y no dispone de dinero para contratar la televisión por cable. El movimiento estudiantil representa una espina cortante en su relación con los sectores populares. Los jóvenes consiguieron lo que la oposición política no logró jamás: rasgar un pedazo de los afectos que Chávez monopolizaba.Las manifestaciones de universitarios críticos han dado un vuelco al mundo político de los últimos años, dejando sin sentido el discurso de Chávez sí o Chávez no, de pobres o ricos, del este (en Caracas, las zonas de clase media) o del oeste (las barriadas populares). Los estudiantes han protagonizado las protestas más importantes que se han visto en Venezuela en los ocho años que Hugo Chávez lleva en el poder. No por el número de participantes (fueron mucho más nutridas las marchas celebradas durante la huelga general de diciembre 2002 y enero 2003), sino porque son conducidas por gente fresca, inteligente, con buena estrategia, sin conexiones con el pasado y que no usa la desgastada frase de: "¡Chávez fuera!".Las protestas de los jóvenes marcan la aparición en Venezuela de fuerzas políticas emergentes. Cada vez se hace más evidente la irrelevancia de los viejos partidos y de los desgastados dirigentes.Los estudiantes muestran madurez, arrestos y buena estrategia. La dirección del movimiento evidenció su clarividencia en la Asamblea Nacional, donde el joven Douglas Barrios, representante de la Universidad Metropolitana, leyó el documento político más punzante y esperanzador que se haya escuchado en mucho tiempo en el país. Con entereza, Barrios defendió los valores fundamentales –libertad, democracia, autonomía universitaria, pluralismo informativo, y reapertura de RCTV- ante los irritados diputados chavistas. Luego se marcharon sin esperar la orquestada réplica de estudiantes oficialistas que nadie había elegido (los chavistas no han ganado ni una votación universitaria para escoger a los delegados).¿Qué hicieron los jóvenes designados para defender al Gobierno? Recitar el casette contra el imperio y repetir el viejo discurso con monótono estribillo antiburgués, que cualquier izquierdista serio ya borró de su agenda. La prensa venezolana ha denunciado que los estudiantes revolucionarios que debían "enfrentar" a los contrarrevolucionarios eran empleados del gobierno con sueldos de hasta 2.000 dólares mensuales. "Y aquí es donde se revela que la revolución es pura burocracia estatizada con personal eventual de fin de semana que se incorpora a las marchas y mítines del comandante en jefe, solo por participar en un espectáculo que, es cierto, es repetitivo y cansón, pero es el único donde se cobra por estar ahí, gritar y gesticular", afirma el comentarista Manuel Malaver. En el último mitin de Hugo Chávez en la avenida Bolívar, de nuevo se puso en evidencia la improvisación, la poca convocatoria del comandante y su imaginario partido único. Tan escuálido resultó que la gente acarreada en su mayoría del interior del país aprovechó el viaje pagado a Caracas para comprar en los centros comerciales "burgueses".El principal problema para Chávez es que la mayoría de los venezolanos "rechaza que se confisquen los derechos fundamentales, como la libertad, la propiedad privada, la libre empresa, la libertad de expresión, la autonomía universitaria, una educación plural y no ideologizada, y el respeto a la soberanía", recalca el analista político Manuel Felipe Sierra. Sierra advierte que en el futuro cercano se avizora "más conflictividad social", porque Chávez no va a retroceder en sus planes totalitarios con reelección vitalicia y la gente va a continuar expresando su descontento.Las marchas estudiantiles son entusiastas, informales, sin recursos materiales, -las consignas son garabateadas sobre cartulinas- y se combinan con otras formas de protesta, como pintarse las manos de blanco, entregar flores a los policías o irrumpir en el metro con las bocas tapadas con cinta adhesiva.Dado que la televisión ya está totalmente controlada por el Gobierno –la única excepción es Globovisión, un canal de noticias que emite por cable- , los estudiantes se comunican por internet y con mensajes SMS por teléfono móvil. Los dirigentes universitarios transmiten un nuevo mensaje, de búsqueda de unidad y de consenso, pluriclasista, en defensa de valores democráticos esenciales, que se contrapone al discurso de confrontación que mantiene el presidente Chávez. "Nuestra lucha no es sólo por el cierre de una televisora, sino por el conjunto de nuestros derechos, por la libertad de elegir lo que queremos ver y por la libertad de protestar, porque muchos manifestantes han sido detenidos y llevados ante la justicia. El caso Radio Caracas Televisión es el mayor atentado a la libertad de expresión, pero todos los medios están amenazados. Salimos todos los días a la calle porque la defensa de la democracia es más importante que aprobar un examen", declara a 'La Vanguardia' Jon Goicoechea, líder de los estudiantes de la Universidad Católica Andrés Bello (jesuitas). Las palabras de Goicoechea, 22 años, están teniendo un amplio eco en Venezuela por la brillantez, coherencia y madurez de sus planteamientos. Los muchachos no tienen miedo y por eso no se amedrentan con esa imagen tenebrosa de tanquetas desfilando por las autopistas y avenidas de las ciudades, tan propia de los gobiernos militares. La retórica oficialista, antes y después del cierre de RCTV, no ha sido sino un burdo intento de criminalizar una protesta legítima. Creyeron que llamándoles golpistas iban a asustar a la gente. No lo lograron. El país reviró. Esos jóvenes estudiantes que han cogido la calle se autodirigen. No los manipulan, ni hay una mano peluda detrás de ellos. Los intentos oficiales de desprestigiar su protesta han sido infructuosos, sólo muestran lo que es capaz de hacer el sectarismo político.Todo cuanto haga o deje de hacer Hugo Chávez le comporta riesgos. Los primeros días reprimió con dureza a los estudiantes, detuvo a cerca de 200 (la mayoría menores de edad). La protesta aumentó. "Alerta en los cerros, en los barrios y en los pueblos para defender nuestra revolución de esta nueva arremetida fascista", dijo en forma amenazante el presidente Chávez al exhortar a sus incondicionales a cerrar filas.Sin embargo, de los cerros no bajó nadie a apoyarlo al y a enfrentar a los estudiantes. Entre otras cosas porque la gente humilde es la que más resiente el cierre de RCTV porque le quitaron su única diversión. Con la terrible inseguridad que hay en Caracas, la gente pobre se recluye en sus casas a las seis de la tarde. Y no tiene otra distracción que sus añoradas telenovelas, que forman parte de la cultura popular venezolana. De ahí que el 85 % de la población rechace el cierre de la emisora, según indican todas las encuestas.La mayor humillación para Chávez ha sido la mínima audiencia que está consiguiendo el canal oficialista TeVes, que utiliza la señal y usurpa las instalaciones de la emisora clausurada. Mientras RCTV registraba más del 49% de la audiencia en las semanas previas a su cierre, TeVes, un bodrio que aburre a las piedras, tan sólo alcanza el 0"9%. Por el contrario, Globovisión ha cuadruplicado su audiencia, y pese a ser un canal por cable que sólo emite noticias, se ha convertido en el segundo con mayor rating en todo el país. Mostrando cierto nerviosismo, Chávez sermonea durante cinco horas seguidas, un día sí y al otro también, en cadenas obligatorias de radio y televisión, a las que tienen que conectarse todas las emisoras del país; los venezolanos deben escuchar forzosamente –la alternativa es apagar la radio y la televisión- los insultos y descalificaciones del presidente a los estudiantes. Pero ya no convence ni a los suyos. Chávez se desconcierta al comprobar que no le funcionan las viejas estrategias de culpar de las protestas a los oligarcas, al imperio o a la oposición golpista. La gente no le está creyendo.A la vieja izquierda que aún apoya a Chávez se le rompen los esquemas al ver las imágenes de la policía golpeando a los estudiantes que gritan "libertad". El articulista Carlos Blanco subraya que "Chávez no concibe que una palabra que se refiere a un mundo complejo, a veces inefable, mueva los espíritus; pero ésa es la magia de la palabra libertad. El régimen no intuye cómo los de abajo se rebelan por ella".Por su parte, el comentarista Manuel Malaver dice que "la era de los ideólogos que le cocinaron a Chávez el mondongo de marxismo, rupturismo, castrismo y postmodernismo está llegando a su fin; gente como Hans Dieterich, Ignacio Ramonet y Marta Harnecker ya recibieron información de que sus pagos están suspendidos y deben resetear sus cerebros para mantenerse en la nómina de la revolución".El cierre de RCTV y la represión dialéctica y física del movimiento estudiantil explica que continúe el desplome de la popularidad del presidente. La medición de Hinterlaces, una conocida firma encuestadora que ha venido haciendo sondeos diarios desde la clausura de RCTV el 27 de mayo, revela una fuerte caída en el nivel de aceptación de Chávez. Durante su reelección en diciembre del 2006 tenía 49 % de opinión favorable, la última medición le otorga 31 %; un descenso de 18 puntos, el nivel más bajo en los últimos cinco años.La encuesta indica que 74% de los entrevistados piensa que las protestas estudiantiles son democráticas y tienen el apoyo popular; 61 % opina que deben continuar, y el 51% coincide en que Chávez actúa más como dictador que como demócrata; sólo el 31 % cree lo contrario.Chávez, que conoce la historia de su país, sabe que en la Venezuela de los últimos cien años, el adversario dialéctico de los militares fueron siempre los estudiantes. Aunque el movimiento universitario estuvo ausente de la convulsionada escena política venezolana en los últimos 20 años, el cierre de RCTV lo sacó a la calle porque los jóvenes comprendieron que estaban en juego las libertades. La gran incógnita se centra en si esta protesta inédita que nació en forma espontánea en todas las universidades del país puede tomar mayor envergadura. De momento, todo indica que se ha logrado paralizar la nueva ley de educación que, entre otras cosas, iba a terminar con la autonomía universitaria. Por primera vez desde que está en el poder, Chávez mide los pasos que se dispone a dar, no sea que incendie la pradera con alguna medida que irrite aún más a la ciudadanía. Hay que tener presente que las encuestas indican que el 85 % de los venezolanos rechaza la implantación de un régimen como el cubano, y más del 75% defiende la propiedad privada.Seguir adelante con su agenda totalitaria le resultará a Chávez más problemático de lo que pensaba hace unos meses. Si el cierre de RCTV ha provocado protestas masivas y desplome de la popularidad del presidente, cuando se consagren las anunciadas reformas radicales de la Constitución para instaurar el llamado socialismo del siglo XXI, se podría producir un desborde de la conflictividad social.La sociedad estaba dormida y los estudiantes la despertaron. Así de simple resumió el estudiante de comunicación social Fred Guevara la manera como el movimiento estudiantil empezó las protestas que mantienen con la guardia en alto al gobierno de Chávez. Hasta el cierre de RCTV se decía que los opositores venezolanos estaban apáticos, cansados, frustrados, resignados, impotentes, ante la profundización de la vía totalitaria que sigue Hugo Chávez. Sin embargo, apunta Carlos Blanco, todo cambió de repente. La vibrante energía estudiantil que recorre las calles tomó a más de uno por sorpresa. "Artistas, periodistas, profesores, estudiantes, jóvenes al por mayor, caminan allá afuera. ¿Dónde estaban? -se preguntan los analistas-, y se ensayan respuestas de altísima sociología; no estaban bajo las piedras, ni idos ni ausentes; estaban allí, confundidos con el paisaje, en reposo, hasta que penetraron el silencio", señala el comentarista. Nadie puede predecir cuánto durará y en qué desembocará este movimiento estudiantil que en vez de revolución convoca a celebrar una asamblea general para la "reconciliación nacional". Llevan ya tres semanas de marchas y protestas sin dar muestras de cansancio. Por el contrario, el gobierno sigue descolocado, incapaz de entender cómo la juventud impugna la ruta totalitaria de Chávez. Luis Vicente León, director de la firma encuestadora Datanálisis, dice que es ingenuo pensar que las protestas estudiantiles sacarán a Chávez del poder o comprometerán su gobernabilidad, y que es exagerado comparar estos eventos con el Mayo Francés. Sin embargo, destaca que, sin ninguna duda, los estudiantes ganan la batalla simbólica, abren nuevas vías de conexión política y anuncian el surgimiento de liderazgos diferentes, en un país que los pide a gritos.